jueves, 28 de julio de 2011

El Heroe


Calmado, aun sudoroso, con la mirada tranquila y la respiración alterada. Con todos los músculos en tensión pero el alma sosegada, con seguridad aplastante se yergue despacio con el brazo extendido sujetando firmemente la cabeza de su enemigo. Nadie le mira a los ojos porque él es el vencedor y nadie se atreve si quiera a pronunciar ni una sola palabra. Solo suena el aire, y su respiración, solo se ven unos ojos heladores iluminados por el brillo de la espada sangrienta que sujeta en la otra mano. No es nadie especial, nunca quiso serlo, pero el destino le tenía preparado otro furuto, ser Rey, vivir en Micenas, luchar por los suyos.
Lentamente abre los ojos para ver el resultado de su hazaña, para observar como sus atónitos espectadores y detractores ahora solo eran frías estatuas de piedra.
Arropado por el casco, las sandalias haladas y la lluvia dorada, Perseo, había fraguado su leyenda.

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