sábado, 8 de enero de 2011

El viejo contador de historias

Le tiembla el pulso y su mirada está perdida, son muchos años ya de sostenerse en pie gracias a la inestimable ayuda de su bastón, pero sin embargo su espíritu nos es tan anciano como lo es él. Se le antojan demasiados ya noventa y tantos, pero sin embargo tampoco tiene ganas de comprobar a donde te llevan en el último viaje. Le observo detenidamente, hace tiempo que no le veía, y la verdad es que me hubiera gustado verle en otro lugar, en otra situación, seguirle recordando como el hombre atrevido que desprende fuerza de voluntad y tesón por todos y cada uno de los poros de su piel, quizás por eso su nieto salió así.
Quizás porque vio que le observaba de reojo, quizás porque quería hablar, quizás…no sé, el caso es que sin esperarlo se acercó a mí, me agarró por el brazo y me preguntó por mi vida, le respondí escuetamente y fue entonces cuando en sus ojos llorosos vi un brillo especial, vi agolparse los miles de recuerdos que contenía su cabeza a las puertas de la boca, esperando a que esta los tradujeses en forma de frases para poder ser contados. Yo le observaba y le escuchaba con detenimiento mientras me contaba pequeñas historias, de esas que a mi me encantan, mientras me hablaba de los malos tiempos, de los tiempos en los que comer todos los días era una verdadera hazaña, de los tiempos en los que se trabajaba de sol a sol en los trabajos más rastreros y desagradecidos del mundo, en los peores remunerados económica y personalmente. Me contaba aventuras, de las de verdad, como las que salen en las películas, de las que ahora se nos antojan exageradas, incluso inverosímiles, pero que haca 70 años, en la misma ciudad que ahora habitamos nosotros, estaban al orden del día.
Mientras charlábamos de cómo ha cambiado la vida y me instigaba a que viviese a tope todo lo que esta pudiera ofrecerme, me contaba como fueron sus inicios, lo que hubo de sufrir para salir, él y su familia, adelante, lo que tuvo que trabajar, lo que tuvo que sudar, lo que tuvieron que ver sus ya cansados ojos. Me hablaba del abismal cambio del que él y los de su generación han sido testigos. Parece mentira, pero él ha conocido dos Reyes, un par de dictaduras y varios gobiernos (que le arrancan una risotada al recordar que todos luchaban por un mismo fin, su dinero), él conoció los primeros coches, vio como en las casa entraban aparatejos, hoy indispensables, como un televisor (primitivamente en blanco y negro), como una nevera, un microondas… y vio como en casa de sus hijos entraban otras pequeñas cajas con pantallas llamadas ordenadores. Fue testigo de la, para él, inexplicable magia que representa Internet, o un fax, así como del echo de que los teléfonos fuesen despojados de sus cables y se redujese su tamaño hasta el punto de perderse en el bolsillo de un pantalón. Ha sido testigo de un sin fin de cambios de estética, de movimientos sociales y urbanos, de momentos históricos, la llegada a la luna, las guerras mundiales, civiles, las guerras políticas…ha visto con las modas, las tendencias y los pensamientos son algo cíclico, ha convivido con Hippies, ha sobrevivido a los ochenteros y su “movida”, ha lidiado con los Rapers, Hemos y Góticos de nueva generación…
Ha visto como la vida ha subido, y recuerda con ironía el irrisorio sueldo de 5 pesetas con el que comenzó su andadura laboral, ha sufrido la expansión de su barrio, y ha ido viendo mutar sus calles y cerrar sus locales y bares, las tiendas donde él compró durante toda la vida en favor de las grandes superficies. Pero sin duda lo que más odia de seguir vivo a estas edades no son los achaques, ni los cambios, no es la monotonía, ni la dependencia de otros. Lo que menos le gusta de llevar en este mundo noventa y cinco años es la soledad, el ir quedándose solo, el ir perdiendo amigos, hermanos familiares… Cada día soporta menos levantarse solo en una cama tan grande, no puede con el hecho de que no estén sus amigos y conocidos de toda la vida… Nunca le importó que el mundo cambiase, que todo fuera ahora más deprisa, lo único que le importa es no tener a nadie con quien compartirlo.
Quizás por eso se acercó, lo mismo necesitaba hablarme, y contarme todo eso que, debido a su soledad, calla diariamente. Quizás necesitaba hablarme de lo rápido que pasa el tiempo, de los infinitos cambios y avatares con los que hay que batirse en duelo para poder sobrevivir tantísimos años en pié y con la cabeza alta. Quizás…
No sé porqué, la verdad, no lo entiendo, pero independientemente del motivo, a mí me hizo pensar, me hizo reflexionar. Consiguió que valorase mi juventud, y que decidiera no desaprovechar estos años, consiguió que quisiese invertir todos los años que me quedan en buscar la felicidad, luchando por lo que quiero, sintiendo al 1000%100 pero sobretodo, consiguió que quisiese VIVIR.

No hay comentarios:

Publicar un comentario