sábado, 8 de enero de 2011

Escondida

Camina debajo de un grueso abrigo invernal y bajo un gorro marrón de punto. Camina escondiéndose del frio y ocultándose de las miradas. Camuflada entre los transeúntes es como más cómoda se siente, observando sin ser observada. Siempre que alguien, por los azares del destino, repara en ella, procura mirar hacia otro lado, intentando no ser vista, porque ese es el mecanismo de defensa que hasta ahora le ha funcionado, el método gracias al cual puede seguir siento ella.
Avanza por las calles, oculta, colándose entre los huecos que deja la gente, sin molestar, sin hacer ruido, empapándose de la energía que desprenden los viandantes, de sus vivencias, escuchando sus conversaciones e imaginando las situaciones de todos aquellos que ella ve pero que prefiere que no la vean.
No se esconde por ser fea, por tener algún defecto, por alguna anomalía, no se esconde porque sea una delincuente, porque se sienta arrepentida, ni siquiera se oculta por no querer ser encontrada, qué va, se mimetiza con la calle, porque es así como se siente cómoda, en su mundo invisible donde las reglas son las que ella marca.
Nadie la juzga, ni la mide, ni la evalúa, nadie le saca defectos ni virtudes, y ni mucho menos nadie necesita ser agradable por compromiso con ella, ni fingir, ni decirle cosas que no siente. En su mundo nadie le miente, ni la engaña, nadie le agravia ni le defrauda. En su mundo no hay maldades, no hay disgustos ni malas caras, no existen las penas.
Por eso, a menudo, cuando se siente sola, cuando las cosas van mal, cuando necesita desaparecer, se pone el disfraz de invisibilidad, sazonado con unos toques de mediocridad, y se lanza a la gran ciudad, a ser una más, a no ser nadie en el mundo de todos, y a serlo todo en su propio mundo.

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