sábado, 8 de enero de 2011

Un cambio que bien merece una vida

De repente un día se volvió aburrida, cambió sus fotos del tuenti, su estado era serio y filosófico, de un tipejo que hacía poesías, un tal Mario “Benenosequé”. Había cambiado el color que predominaba en las fotos de sus redes sociales, del negro oscuro de las noches de fiesta a los azules, verdes, dorados… que reporta la luz del día. Paulatinamente habían ido desapareciendo algunas caras habituales en favor de otras novedosas. En las fotos ya no tenía cara de cansancio con ojos rojos y entrecerrados, ahora sus ojazos estaban abiertos de par en par mirando a la vida e invitándola a que la hiciera vivir.
Has cambiado, le decían sus amigos, ya no eres la misma, ahora pasa de nosotros ¿Pero que te ha pasado? Y ella pensaba; no me ha pasado nada, solo he despertado, he decidido valorarme, aprovecharme a mí misma, lo único que me pasa es que no quiero ser la actriz secundaria de mi propia película. En cosa de un año y pico había pasado de ser una más dentro del duro instituto, sin voluntad ni dignidad, alguien a quien nadie respetaba, a ser alguien más dentro de la facultad pero con voluntad y estilo propio respetado por todos sus compañeros. De repente se habían acabado las duras e hirientes discusiones familiares en casa, se había terminado el eterno aislamiento en casa bajo el cartel de “es que no me entendéis” a favor de una relación que cada vez era más normal, de repente había vuelto la comunicación, en las comidas había dejado de oírse el ruido de los cubiertos tapado por conversaciones varias de libros o películas, de la vida, de futuro, incluso de política.
Desde que entró en la Universidad y conoció lo que eran amigas de verdad, que no te juzgan y te aceptan como eres, que no te dan dos besos, sin tocarte siquiera la cara, y luego te ponen a escurrir por detrás, las cosas habían cambiado, se había deshecho de la ropa ridícula que dictaba la moda y la había sustituido por otra más cómoda sin que eso implicase que se riesen de ella. Había aprendido a, con respeto y cautela pero sin miedo, expresar sus opiniones. Había comenzado a decir que no, a abrir la mente a sumergirse en libros más allá de la novela juvenil del momento, a ver películas que hacían pensar.
Pero sobre todo desde que entró en la universidad había cambiado una cosa. Desde que le vio el primer día sintió algo, pero de entrada lo desechó, no llevaba mil pircins ni tatuajes, no colgaban cadenas de sus pantalones, ni melenas de su cabeza, no llamaba la atención ni era un gallito. Sin embargo tras conocerle, algo había empezado a cambiar, había comenzado a valorar lo que es una buena compañía tras un humeante café, lo que era un paseo tranquilo respirando el mismo aire que respira la ciudad, había comprendido que los chicos también ven en las chicas algo más que culos y tetas, que a algunos (solo a algunos) les importa algo más que el sexo e incluso lloran, aunque no siempre lo reconozcan.
Por eso, sin apenas darse cuenta, había dejado a la pandilla de antes, esa que la trataba de rara cuando a veces se le ocurría decir algo que no estuviera dentro de sus cortos parámetros, cuando introducía una palabra en una conversación que no estuviera recogida dentro de su reducidamente minúsculo palabrero… había comenzado a darles de lado, por el simple hecho de que ahora buscaba más, desde hacía un año necesitaba hablar con gente que la escuchase y la comprendiese, con gente con la que compartiera metas, sueños, gente con la que emprender proyectos, y, por qué no decirlo, gente que estuviera a su nivel intelectual.

Las cosas habían cambiado mucho, quizás era esto a lo que se referían sus padres cuando le decían; esperemos que madures pronto hija. Ahora era normal hacer una excursión al campo, o ir a ver una exposición a un museo, o un concierto, ya no había esa ignorante monotonía del que no quiere aprender, ni avanzar. Había aprendido a que una fiesta no tiene porqué ser un desmadre, había aprendido que se puede beber y pasarlo bien, incluso se puede beber despacio y disfrutando de la compañía mientras juegas a un juego de mesa.
Ya no era una pelele de la exigente sociedad adolescente, la mariposa que era ahora se había despojado del capullo de complejos que la recubría cuando era una oruga. Empezaba una nueva vida, pero esta vez una de verdad, no deseaba perderse ni un solo momento de lo que le pudiera deparar porque a algún borrego/a no le pareciese bien o simplemente no lo entendiera. Ella valía e iba a demostrarlo a todo el mundo sin reparos, sin reservas, sin temores.
La vida hay que cogerla por los cuernos, asumir riesgos y aceptar derrotas, hay que confiar en ti y hacer las cosas que te pide el corazón, no que el resto te impone, por eso esta tarde se lo diría, esta tarde le diría que le quería. Quizás fuera una decepción y un error, o quizás la mejor forma de culminar el cambio más grande de su vida.

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