jueves, 3 de febrero de 2011

Aquella noche, él.

Aquella noche no le apetecía salir, estaba machacado de tanto curro, quería estudiar, pero la renta de sus padres según el estado superaba el umbral que le permitiría pedir beca, pero la realidad es que si él no trabajaba no podría costearse sus estudios de Biología. Sin embargo, los amigos y compañeros de piso no entienden de cansancio cuando de salir un sábado por la noche se trata, así que prácticamente le eligieron la ropa, unos vaqueros y una camisa oscura que sabían que era su preferida, le obligaron a atusarse y le arrastraron hasta la calle. Sus compañeros caminaban entre voces y risas y de vez en cuando le empujaban de forma amigable para que se uniera a la fiesta verbal, pero sus ganas de fiesta estaban como la noche, nublada y bajo cero.
Caminaba embutido entre el abrigo, el pañuelo y la boina de tal manera que solo se le veían los ojos, y aunque habitualmente destacaban por su color verde esmeralda, esa noche el cansancio los había vuelto más bien oscuros y apagados. Cuando comenzaron a aproximarse a la zona centro la concurrencia de gente les engulló y prácticamente les impidió mantener una conversación seguida entre todo el grupo, lo que él aprovechó para aislarse más y recapacitar sobre en qué punto había cedido y se había dejado embaucar por esos pequeños demonios que tenía como amigos, si a él no le apetecía salir, ¿Para qué? Seguro que se convertiría en otra noche de desfase en los que tendría que acabar cargando con la gran mayoría del grupo de amigos y costear el taxi que les devolviera a todos a casa para dormir la mona y al día siguiente sus amigos ni si quiera le dijeran- Alejandro, eres todo un amigo, qué va, no solo cornudo sino apaleado!
En el fondo agradecía que le sacasen de casa, aunque no lo hiciera ni puñetera gracia en el momento y no dejase de protestar, porque sino el plan que le aguardaba era deprimente. 8 de la mañana: a clase hasta las 2 del medio día, comida exprés y a las 3 y media corriendo a coger el bus que le llevase hasta su puesto de trabajo en aquella tienda de zapatos del extrarradio, donde pasaba las horas de pié probando zapatos a señoronas cuyo mayor hobbies era pasar la tarde probándose modelitos que luego no se compraban porque le apretaban el juanete, y él mientras doblando el espinazo para calzárselos a esas cenicientas cubiertas de pieles y joyas. Y para finalizar el día, llegar a casa, limpiar la parte del piso que le tocaba, preparase la cena y ver una película que de una forma u otra, siempre le recordaba a ella. Da igual que la peli tratase de zombis, de amor, de acción o estuviera ambientada en la EE.MM, o en el espacio, siempre había algo, una imagen, una frase, la melodía de la b.s.o, la protagonista, algo, que le recordaba a su ex novia.


Ella le había dejado hacía ya unos mese, y se había marchado con otro, más mayor, más guapo, más serio y más adulto en definitiva. Y él, pues, se había quedado solo, decepcionado por haber perdido su tiempo en una inversión de 5 años que no había servido de nada. Bueno, exactamente eso no era cierto, le había servido para valorarse algo más, para no cometer los mismos errores y para saber lo que no quería de una chica y lo que estaría dispuesto a pasar y a ceder por alguien.
Cuando llegaron por fin al bareto donde habían quedado para reunirse con el resto de la pandilla de colegas, comenzó a salir de su ensimismamiento y paulatinamente comenzó a relacionarse con el resto de sus amigos y comenzó a bromear y a reírse. En ese cambio de humor quizás influyeron las copas que según pasaba la noche se iban sumando al haber particular del grupo y que decoraban la mesa que habían conquistado nada más entrar en el bar, rodeándola y protegiéndola como si esta fuese la bandera y ellos los soldados jugando al Risk.
El bar es el de siempre, donde llevan yendo desde que son adolescentes, es el bar de las primeras veces, el primer cigarro, la primera copa, el primer beso, el primer pedo… un lugar feo a rabiar, pero en el que ponen muy buena música y que no está infestado de musculitos descerebrados y niñas monas, descerebradas igualmente. Para ellos es como su templo, el lugar de reunión donde se suelen juntar todos a rendirle culto a su mayor religión: La amistad. Allí se han reído, han confesado, se han enfadado, se han perdonado, se han sioncerado… Allí ha habido gritos, vaciles, abrazos, es un bar que cuando entran ellos huele a amistad.
Aquella noche el “Donde Judas…”, que así se llamaba el bar, estaba bastante lleno, de gente respetuosa que bailaba, gritaba y se lo pasaba bien, pero sin armar gresca. Ellos custodiaban su mesa, un poco más al fondo un grupo dominaba la parte izquierda de la barra, al final del todo otro grupo femenino parecían ser los dueños de la puerta al baño, pues para acceder al mingitorio casi tenía que atravesar por medio, y nada más entrar en el bar otro grupo de treintañeros formaba un corro al que salían espontáneos marcando el pase de baile que debía de repetir todo el círculo.
Según avanzaba la noche, el ambiente se iba caldeando, los ánimos se enardecían y el desmadre se adueñaba de todo el local. La ridiculez de los bailes era directamente proporcional al número de copas que sostenía la mesa, y el nivel de las risas directamente proporcional al nivel de ridiculez de los bailes.
En uno de estas estúpidas danza, y muerto de risa, Alejandro perdió el equilibrio abalanzándose sobre el grupo de la barra. Cuando levantó la mirada para pedir disculpas se encontró con los ojos castaños de una chica pelirroja que le miraba con una cara a medio camino entre la risa por el puntillo que tenía él encima, la vergüenza por estar tan cerca, y la indignación por el empujón involuntario del que había sido destinataria.
-Lo siento, son esos burros que me han empujado
-No te preocupes en serio.
-De veras lo siento, te he tirado la copa o algo
-Qué va, olvídalo en serio, no hay problema
Cuando se reincorporó al grupo de amigos, un murmullo morboso se levantó cual zumbido de avispas, y todos le preguntaban a la vez-¿Qué hacías con la chica esa? ¿Es mona eh, pillín??- La fiesta continuaba con chorradas, pero de vez en cuando Alex miraba hacia atrás de forma disimulada, como si se le hubiese perdido algo, y observaba a la chica pelirroja de reojo, viendo como sonreía y bailaba. Alguna vez incluso le pareció ver que ella también le observaba, aunque inmediatamente desterraba esa idea de su cabeza diciéndose a sí mismo, demasiada copas majete.
Dos horas después, tras varios vistazos furtivos, disimulando, estirándose… en un momento puntual, sus miradas convergieron, y esta vez no fue imaginación suya, si miraron un segundo y sonrieron como si los dos supieran que estaba pensando el otro, aunque al menos Alejandro no tenía ni idea ni de qué pensar, y ni mucho menos qué ella pensaría de él ¿Habría sido casualidad? ¿Se quedaría en una anécdota? Según transcurría la noche cada vez le parecía más guapa, y cada vez le agobiaba más el tiempo. Quedaban pocas horas de noche, y la fiesta comenzaba a decaer, pero él sentía algo en el estómago, y esta noche quizás se atrevería, esta noche quizás le diría algo.

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