lunes, 23 de mayo de 2011

El violín, una pasión más allá de la técnica


Estoy algo cansado de cruzarme en mi vida con gente que se hace llamar músico y que pretende hacerte comulgar con su credo musical. Violinistas concretamente que tienen sus dioses, sus cúpulas, sus oasis que consideran que son buenos y el resto para él no existe. Hace poco me pasó con una persona que solo escuchaba música clásica, de la “auténtica” como él decía, desayunaba con Morzat, pasaba la mañana con Beethoven, después un poco de Tchaikosky, si acaso un poco de Brahms y en un exceso llegaba incluso a escuchar algo de Barber, pero no le saques de su idilio clásico- romántico, de sus cabeza de serie, de los buenos, de los auténticos. Para él no existía nada que no fueran los grandes genios y sus Conciertos, sus Partitas o sus Caprichos, no salía de ahí, y por desgracia no es el único que se encierra en uno de los múltiplos compartimentos de la música, gente que se conoce por orden alfabético todas las piezas que interpretó a lo largo de su vida Oistrakh, pero que no sabe quién es Palestrina, o gente que te puede contar las notas que falló a lo largo de su carrera Jascha Heifetz, (que no son muchas) pero no conoce ni una composición de Astor Piazzolla. Y la verdad es que me entristece, porque en cierta medida, eso está fomentado desde la enseñanza musical. Por desgracia a mi nadie me habló de otros estilos violinísticos, es más incluso intentaban esconderlos como si de un pecado se tratase. Nadie me hablo de que Perlmann, Stern, Menuhinn, Bell, Hahn, o Kennedy al margen de ser grandes virtuosos de la especialidad de Stradivarius y dominar las magnas composiciones clásicas, de ser capaces de bordar las obras de Isaye, Paganini o Sarasate, también se dedicaban a tocar otras músicas como el Jazz con Grappelli, o Oscar Peterson, o la música Indú con Shankar, o la música Klezmer, o las mismísimas B.S.O. de la mano de los mejores compositores como Williams, Horner, o Zimmer. Y podéis imaginaros que si no me dijeron algo tan básico ni mucho menos se refirieron a Roby Lakatos, Marc O`Connor, al susodicho Grappelli, Fernando Suárez Paz, Seán Keane, Federico Britos o Alasdair Fraser.
Por desgracia, en todo momento me machacaron con la técnica, sin fomentar ninguna otra faceta de un instrumento con infinitas posibilidades, sin hacer hincapié en la interpretación, el sentimiento, la improvisación. Jamás me hablaron de fusión, de estilos (fuera del tópico de que Mozart no se puede tocar como Mendelshonn…aunque curiosamente Bach si se puede tocar con todo el arco, como si el pobre Johann Sebastian hubiera visto en su vida un violín con el arco que nosotros conocemos).
Porque esa es otra, ¿Dónde quedaron las interpretaciones históricas? ¿Por qué motivo jamás se escucharon y analizaron distintas versiones e interpretes de distintas épocas, es más por qué ni si quiera se recomendaban? ¿En qué momento se dejo de explicar el autor y las circunstancias que tenía para componer esa obra, su estilo…? Seguramente en el momento en el que se deshumanizo la enseñanza, se dejó de primar las cualidades del alumno, de preocuparse por su situación vital, su experiencia y sus intereses y se comenzó a primar la “excelencia musical” a base de destruir ilusiones, expectativas y en muchos casos, carreras, autoestimas…
Lástima que subestimemos el poder que otras músicas pueden tener en nuestra cultura musical, porque de esa forma, sin entender y escuchar la música Gipsy, jamás podremos entender los Aires Bohemios de Sarasate, o si no entendemos el fraseo de Jazz y los inicios del movimiento, nunca podremos interpretar perfectamente el segundo movimiento de la Sonata para violín y piano de Ravel tal y como él la concibió. Si no sabemos en qué pensaba Jesús de Monasterio al escribir su concierto, cual era la situación de Alban Berg, y cómo y cuando se estrenó su concierto, si no sabemos, si quiera, ni quién es Biber ni sabemos en qué se inspiró Bruch para sus Scottish Fabtasy, cómo podemos si quiera pretender llegar a interpretarla. Es cierto que te enseñan a tener la técnica, las cualidades necesarias para hacer el mayor número de notas por segundo (y a veces incluso a afinarlas), te explican y exigen todos los golpes de arco que te puedas imaginar, las octavas digitadas, la serie armónica al completo y el dominio de la decimoquinta posición ¿Pero eso es interpretar? ¿Eso es hacer MÚSICA, o hacer notas? Yo creo que no. Y eso no cambiará mientras no te dejen acercarte a una obra y hacer tu propia interpretación, salirte del canon, inventar tu propia cadencia para un concierto de Haydn o de Mozart (Que al fin y al cabo no las componían ellos) mientras te sigan encorsetando en la versión que grabó Nathan Milstein, hace 60 años (Que seguramente es increíble y se puede aprender de ella) y no te dejen poner tus propias digitaciones y arcadas, tus respiraciones…Mientras no fomenten el uso de la comparación de ediciones y ¿Por qué no? te muestren los originales y puedas ver la letra de Glazunov, no se avanzará en musicalmente.
El otro día vi un vídeo de Alexis Cárdenas, que tras interpretar Brahms interpretó con su grupo, una canción folclórica de su tierra, y el público se rompía las manos a aplaudir, y sin embargo he escuchado criticar a Ara Malikian porque pretende acercar la música a la gente, a la vulgar masa, y llena auditorios con sus parodias (divertidísimas por cierto) de Boccherini, porque a la gente le gusta más ver qué tal le sienta el tango al archiconocido canon de Pachelbell y reírse, que someterse a la estricta burocracia y el clasismo de la sala de conciertos. También critican a los violinistas que suben sus versiones a Youtube, porque en este mundo si no eres perfecto no vales, y aborrecen todo aquello que manche la impecable impronta de tan digno instrumento, como puede ser una chica bailando y reinterpretando a Black eyed peas, o a Julio Muñoz haciendo House o al pobre amateur que elabora una base de rap por medio de dobles cuerdas desafinadas para que su compañero improvise, porque ellos no entiende al anciano que toca como puede una jota de su infancia, o una chacarera, o improvisa los cuartos de tono que le sugiere la salida del sol en oriente.
La verdad es que, como siempre, no todo es negro, hay pequeños resquicios de luz. Docentes preocupados por una visión diferente de la educación musical, juventud dispuesta a cambiar la forma de impartir el instrumento que aman y que tantos éxitos, esfuerzos y amistades le ha dado, Gente abierta de mente que puede tocar un Raga, el Capricho 24 de Paganini, o en el último disco de un cantante de Pop. Músicos con mentalidades ambiciosas que intentan inculcar en sus jóvenes alumnos algo más que una técnica, no solo una disciplina, sino más bien un sentimiento, una necesidad, un vehículo de expresión, una pasión.

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