sábado, 8 de enero de 2011

Aquel viejo Local

Una leve nebulosa sobrevolaba por encima de las cabezas de todas las personas que se encontraban en ese local, ese local donde cada noche se juntaban todo tipo de personas de muy distintas procedencias para pasar las últimas horas de un día malo, y las primeras de otro día, que esperaban fuese mejor. Se trataba del típico bar en el que no se cuela ni una gotita de luz del exterior, el típico bar donde, una vez que flanqueas sus puertas, tus preocupaciones quedan atrás y solo hay lugar para el relax, para los momentos especiales, para los pensamientos, para el tabaco y el alcohol.
Aquella noche las notas de un piano viejo, pero con la sonoridad especial que le otorga el haber sido percutido por las manos más diestras del panoramas jazzistico, acompañaba la rasgada voz de una cantante que se deleitaba en cada nota que emanaba de su garganta y que a los oyentes les sumergía irremediablemente en estado de off.
El garito, estaba presidido por un barman de los de antes, de camisa blanca y cigarrillo en boca, de los que salen en las películas, que actualmente han sido reemplazados por niños de gimnasio con camisetas ajustadas. Era un hombre de mediana edad, digamos cuarenta y tantos, que había visto transitar por delante de su barra a muchas de las mejores y las peores personas que había ofrecido este planeta. A él se habían dirigido en busca de bebidas y oídos, miles de personas de las más distintas índoles, desde afortunados hombre trajeados en busca de un oasis reparador que le alejara del estrés cotidiano, hasta desafortunados currantes, que no se podían ir a dormir si no cataban el estupendo "güisqui" de malta que él les ofrecía.
Aquella noche la clientela era variopinta, estaban los acólitos que nunca perdonaban la cita con aquellos sillones viejos, pero cómodos, y aquellas mesas de madera maciza. Pero también podía observarse, en la esquina menos iluminada del local, en una mesa para dos personas, a una joven pareja que, atraídos por el cartel musical que esta noche ofrecía el acogedor antro, habían decidido cobijarse del frió, junto con un humeante café, y dedicarse esas miradas apasionadas, que hablan por si solas y que al resto de los allí presente le hacían añorar viejas escenas que algún día habían vivido, pero que ahora estaban recubiertas por el polvo y las telarañas que sobre ellas había posado la vida y su avatares.
Si mirabas hacia al lado opuesto de la pareja, observabas una mesa, en este caso redonda, que estaba custodiada por dos amigos. Con solo mirarlos se adivinaba la complicidad que se había forjado a base de tantas tardes juntos, de tantos momentos buenos y malos que habían compartido. Una amistad consolidada a base de enfados y broncas, así como, de tantas cervezas con las que en su día brindaron, como las que sostenía su mesa redonda.
A su lado, mirando embobado a la chica que acariciaba el piano, se encontraba un hombre mayor, curtido en la vida a base de vivirla, experimentado en todo y experto en nada, erudito en conseguir lidiar con cualquier cosa que se le pudiera poner delante. Rondaba los sesenta, o al menos eso decían las canas que coronaban tanto su cabellera como su tupída barba, pero sin embargo su espíritu parecía mil veces más joven, era la típica persona que nunca se cansará de vivir por muy malos tiempos que le toque vivir, era de esas personas que disfrutan con los pequeños placeres de la vida
Esa noche, sin que él lo supiera, unas mesas por detrás una hermosa mujer, de edad indefinida, ni muy joven ni muy mayor, con experiencia, pero con mucho que aprender, sentía curiosidad por él. Se preguntaba si estaría solo o esperaba a alguien, si sería de fiar, o seria el típico seductor que nunca dejará de serlo por mucho que pase el tiempo. Tranquilamente saboreaba su copa y se debatía entre si decirle algo o dejarlo para otra ocasión. Había dejado pasar muchas oportunidades como aquella por miedo a no encontrarse con lo que había imaginado, pero la soledad le empezaba a pasar una factura que se le empezaba a antojar, cuanto menos, cuantiosa. Quizás era hoy el día, quizás era su oportunidad.
Sentado en uno de los taburetes ajados que se encontraban junto a la barra, se encontraba Frank. Él, casi formaba parte del mobiliario de aquel viejo bar, pues pasaba más tiempo junto al barman que junto a su mujer. Le solía gustar vestir de traje, decía que las buenas costumbres no había que perderlas, que un hombre bien vestido siempre sería un hombre de verdad. Aquella noche, conversaba placidamente con el camarero, siempre tan atento, sobre como ha subido la vida y fingía preocuparse por el futuro de las nuevas generaciones y por ende del país, aunque cualquiera que le conociera sabía que lo que de verdad le preocupaba a Frank era que el antro donde cada noche apuraba su cerveza preferida nunca cerrase.
La última mesa, estaba ocupada por una pareja de universitarias, acompañadas de unas carpetas rebosantes de papeles que delataban que su procedencia era el aula magna. No estaban enmarcadas dentro de ningún estándar social. Vestían, con unos vaqueros y unos jerséis de punto que escondían unas camisetas de manga corta. Sus ojeras, hacían suponer que la noche la habían pasado en vela para poder superar el examen al que, hacía apenas unas horas, se acababan de enfrentar. Sin embargo, pese a la cara de cansancio, su rostro y su mirada revelaban un placido estado de relax. Se notaba que éste era el único rato del día en el que no tenían que pensar, en el que sus actos no tenían consecuencias, el único momento del día en el que el tiempo era irrelevante.
Esa noche era especial, nadie estaba relacionado con ninguna otra persona del local, pero todos tenían algo en común. Todos sentían pasar el tiempo de forma paulatina, todos, deseaban que el día no se acabara, pero sobre todo, cada uno de los presentes disfrutaba del tremendo milagro de estar vivo.
Yo les veía a todos ellos desde arriba. Mi mente me los mostró, a todos y cada uno de ellos, mientras me disponía a disfrutar de mi momento de descanso, mientras mis oídos se llenaban y se deleitaban con buena música, y mientras mi subconsciente me susurraba al oído la suerte que tengo se vivir y ser feliz.

No hay comentarios:

Publicar un comentario