sábado, 8 de enero de 2011

La calle

El frío era patente, la gente caminaba deprisa sin reparar en el otro centenar de viandantes que también habían decidido lanzarse a la calle pese a la climatología. Entre los transeúntes se encontraba ella, caminando con la vista perdida en algún sitio pensando cualquier cosa. Le gustaba salir a andar, le hacía sentirse bien, y no solo físicamente, le hacía sentir que formaba parte del mundo, que era una pieza más del inescrutable destino, pequeñísima pero indispensable. La verdad es que le resultaba divertido ver como los distintos caracteres de los paseantes se podían adivinar solo por las cosas que de ellos se traslucían. Era fácil para ella, observadora nata, ver como alguien humilde caminaba de forma humilde, procurando no chocarse con nadie, al contrario que lo haría alguien más arrogante, o reparar en que una persona con educación procuraría ceder el paso, de la misma manera que alguien feliz iría regalando sonrisas a todos los que las quisieran recibir.
Porque, sí, en la calle las cosas no están ocultas, solo hay que saber mirar, y saltarán a la vista todo tipo de detalles que revelarán casi cualquier cosa de cualquier persona. En una misma calle, si se sabe mirar bien, podemos observar las situaciones más variopintas, puede ocurrir cualquier cosa… desde lo mejor hasta lo más pésimo. Una calle, con sus empedrados, y sus bancos, sus farolas y sus edificios puede hacernos sentir vivos.
Se había vestido cómoda, discreta, de forma que pudiera pasar desapercibida y solo alguien con verdadero interés pudiera dar con ella, se había desecho de cualquier aparato que la tuviera localizada y se había puesto a andar sin rumbo fijo, con la mirada perdida, aparentemente, pero la mente bien abierta.
Solo dos calles le hicieron falta para toparse con uno de esos pequeños milagros que no solemos apreciar. Un grupo de jóvenes, con sus pintas y sus andares arrastrados, con sus peinados llamativos y su actitud altanera ayudaban a una pareja de ancianos que cargaban pesadas bolsas con comida, que a buen seguro habrían comprado en el súper que se hallaba a la vuelta de la esquina. Los muchachos, pese a lo que pudieran aparentar con sus aspecto estaban quizás ayudando más de lo que pudiera hacerlo cualquier persona que se vanagloria de ayudar al prójimo haciendo unos donativos a una ONG por navidad, Esos muchachos que escuchaban con una sonrisa lo que les contaba la señora podrían haber pasado de largo, podrían haber mirado para otro lado como hicieron muchos otros pero sin embargo, y pese a la cara de desconfianza del señor, habían decidido ayudarle sin animo de lucro. ¿Donde se ve eso más que en la calle?
Un par de pasos más allá paseaban agarrados un matrimonio con un niño de cada lado. Intentaban mantener una conversación pero los dos pequeños parecían entretenerse en interrumpirla constantemente con preguntas sin sentido aparente para los dos adultos pero que a los pequeños les debían parecer de vital importancia, porque ponían un enorme énfasis en que la respuesta fuese lo más rauda posible.
Cuando el cuarteto se aproximo más a la entretenida observadora escuchó decir al padre - ¿Seguro que te dije que quería niños?
A lo que la madre le contesto
- Calla renegón, que en el fondo les adoras. ¿Te has parado a pensar que sería de nosotros si ellos?
Y la conversación se perdió al alejarse.
Ella siguió andando, cambiando de calle de forma aleatoria, sin un patrón o un rumbo fijo. Disfrutando de la rutina de los viandantes y sus peculiaridades, viendo el mundo desde los ojos de los que le rodean, poniéndose en la piel del que acababa de pasar por su lado intentando adivinar cual sería su historia.

Cuando llego a su plaza favorita, se sentó en su banco predilecto. Este se hallaba en un enclave ideal para ver sin ser visto. Se encontraba detrás de dos árboles que habían decidido unir sus ramas formando un bonito toldo en el que a menudo se refugiaban las parejas de enamorados, los filósofos, los bohemios…
Hoy podía disfrutar de la música en directo que le ofrecías un grupo de jóvenes con sus guitarras que, pese a la temperatura, se atrevían a tañir las cuerdas de sus instrumentos y a soñar con llegar a grandes escenarios en los que poder mostrar sus sentimientos en forma de arte musical sabiendo que los oyentes compartían sus ideas.
Un poco más allá vio a un indigente encima de un cartón, que sostenía su mano con la esperanza de que chocara contra la palma alguna moneda. Tenía cara de frío, y ojeras de no a ver descansado en quien sabe cuanto tiempo…fue en ese momento cuando decidió salir del anonimato que se había propuesto para acercarse hasta él. Se sentó a su lado y se observaron mutuamente, hasta que se decidieron a hablar. Charlaron durante casi una hora, pues resulto que su acompañante era un hombre culto, un antiguo profesor de universidad a quien las circunstancias de la vida le habían hecho entregar su alma al alcohol… le contó como había perdido a su hijo y a su mujer en un accidente de trafico y como desde entonces la vida había dejado de tener sentido. Como desde aquel día rezaba constantemente para que ese fuese su último momento. Ella respondía con monosílabos y con su mirada calmada y comprensiva. En esos momentos valoraba todo lo que tenía como nunca hasta ahora lo había hecho, sentía lo afortunada que era por tener lo que tenia y se sentía impotente y frustrada por no poder hacer nada por aquel pobre desgraciado. Era en esos momentos cuando deseaba poder ser el Dios justo que sabía que no existía. Miró el reloj. Se le acababa el tiempo, tenía que irse…sin embargo no deseaba despegar su entumecida espalda de la piedra que la sujetaba. No quería dejar a su nuevo amigo allí, de nuevo solo, de nuevo tirado…
Pasaron varios días hasta que pudo volver a sumergirse en el especial mundo de las calles, donde hay cosas que no son lo que parecen, donde las verdades son lo que uno quiera ver. Avanzó cruzando plazas, calles, avenidas… observando el pequeño milagro que representan una joven pareja de enamorados, o un papa jugando con su hijo…Seguía manteniendo la idea de que si existe un lugar donde los sueños y los milagros se cumple en estos tiempos difíciles, no es ya el cine, sino la calle, ese lugar donde los anónimos se convierten en superhéroes para otros tantos anónimos, donde no esperas ser juzgado por tus actos o tus opiniones, donde de verdad puedes ser libre sin tapujos ni convenciones sociales. Esta vez caminaba rápido y con una idea fija, nada de pensativa, ni observadora: tenía una misión que cumplir.
Arribó a su plaza favorita y busco desesperadamente el motivo de su presencia allí, pero no estaba, se había ido. De repente recordó: "Rezo constantemente para que este sea el último día" y una pequeña lágrima resbaló por su hermosa mejilla. Se sentó contra la piedra que la sostuvo hacía unos días y permaneció varias horas esperando. Las sombras de los árboles fueron desplazándose lentamente hasta que desaparecieron y se decidió a irse. Sin embargo antes de abandonar la plaza volvió la mirada y de repente le vio. Se acercaron despacio, mientras ella le sonreía, y cuando estaban lo suficientemente cerca ella le cuchicheó algo, a lo que él asintió levemente y luego sonrió, Y de la misma forma que se habían acercado se alejaron mientras ella decía en alto." Entonces mañana nos vemos…" y se alejaba perdiéndose entre los transeúntes de forma paulatina…

Lo que pasara después no lo sé, lo único que si sé es que esa tarde, en aquella plaza, la vida cobró sentido para un para de personas…solo sé que fui testigo de algo especial, de algo irrepetible…Solo sé que me sentí vivo, vivo y afortunado.
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